El reciente caso del gobernador de Ayacucho, Wilfredo Oscorima, y sus regalos de lujo a la presidenta Dina Boluarte, ha vuelto a poner de relieve la profunda raíz que tiene la corrupción en la sociedad peruana. Un problema que no solo se limita a las malas prácticas de nuestros políticos, sino que también está impregnado en la cultura de muchos ciudadanos.
Más allá de lo ilegal
Más allá de la ilegalidad de actos como el de Oscorima, o las contrataciones irregulares que se han vuelto costumbre en el sector público, lo preocupante es que estas prácticas sean vistas como normales por una parte de la población. Se normaliza el dar regalos a cambio de favores, o el usar el poder para beneficiar a allegados, sin siquiera cuestionar la ética de estas acciones.
Un problema cultural
Esta aceptación de la corrupción como algo normal tiene su origen en la propia cultura peruana. Una cultura donde la confianza en las instituciones y en los líderes es baja, y donde la búsqueda del beneficio personal por encima del bien común es algo que se ve con cierta naturalidad.
Un cambio desde abajo
Combatir la corrupción no solo es una tarea de las autoridades, sino que requiere un cambio profundo en la mentalidad de la sociedad. Es necesario que los ciudadanos cuestionen las prácticas corruptas que observan a su alrededor, que exijan transparencia y que no toleren la impunidad.
Educación y valores
La educación juega un papel fundamental en este proceso de cambio. Es necesario que en las escuelas se inculquen valores como la ética, la honestidad y la responsabilidad, y que se enseñe a los niños y jóvenes a identificar y rechazar la corrupción.
Un camino largo
La lucha contra la corrupción en el Perú será un camino largo y difícil. Sin embargo, es un camino que debemos emprender si queremos construir una sociedad más justa, equitativa y próspera.
Solo con un cambio cultural profundo, donde la corrupción sea vista como algo inaceptable, podremos erradicar este mal que tanto daño le hace a nuestro país.